miércoles, 25 de septiembre de 2013

EL CODIGO DE HAMMURABI, TROYA Y NOSOTROS

Cuando el rey persa ALMUN RAJ BHIN (para sus amigos íntimos Hammurabi) promulgó su famoso código,- allá por el año 3.500 a.c.- que incluía el archirepetido “ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie” sino que dispone de numerosas leyes ambientales referidas a la forestación, al ciudadano de los campos, al derecho de e quien lo trabaja, a los frutos de la tierra, entre otros temas, y que se tiene en su recuerdo como por una vuelta o regreso a la barbarie, se desconoce su profundo significado. Con respectos a épocas pasadas y en relación a la vida del derecho y a su actual comprensión, por primera vez en la historia se limitaba el ejercicio de la venganza, de la vindicta pública, la que no estaba en manos del Estado. Esa concepción es moderna, no la podemos comparar con las organizaciones antiguas, no digo primitivas. (el primitivismo, si usted se fija y en muchas ocasiones y formas, esta vivito y coleando como un barrilete a la vuelta de su esquina) hasta entonces, el vengador de una ofensa no concebía limite para encarrilar su ira. Todo era posible. Ese código comenzó a humanizar el derecho, a reglamentar el límite de la justicia por propia mano. Casi dos mil años después, la guerra de Troya puso en juego estas necesidades y estas lagunas legislativas. Los avances civilizadores, si se prefiere, no corren parejos en todos los tiempos para todos los pueblos. Aún hoy en numerosos sitios de Sudamérica, en África y en Oceanía, existen tribus, sociedades que ignoran por ejemplo que el mundo aculturado reconoce la escritura, la historia, la regla moral universal, el maquinismo y los viajes espaciales, las vacunas y los semáforos. En la Iliada se describe magistralmente lo ocurrido a raíz del rapto de una mujer, Helena, mujer de Menéalo, varón griego, hijo de Agamenon, habitante de la Helade, por Paris, un desagradecido huésped su Palacio, infringiendo dos leyes, la primera la de la hospitalidad y el asilo, que se brindaba hasta al enemigo, la segunda, desear y arrebatar la mujer del prójimo. Huyeron al Asia Menor, la actual Turquía, y a Troya ciudad gobernada por el valeroso Héctor Príamo. La reacción fue brutal, se convirtió en un problema, hoy diríamos, nacional. Al llamado Agamenon toda tribu y todo pueblo de Grecia y Magna Grecia acudieron en su ayuda para vengar tamaña afrenta. Se alistaron numerosos ejércitos, cuya descripción por Homero, en las playas vecinas a las murallas de la sitiada TROYA es emocionante. Si hubiera estado vigente el código de Hammurabi, Menéalo hubiese tenido derecho a raptar a una mujer de la familia de Héctor Príamo. Pero la venganza no reconoció límites. Por otra parte todo cuanto llegara a Persia no era visto con amigables ojos por parte de los dorios, jonio y demás vecinos. Hoy en día, ese matrimonio y hasta el hijo que seguramente tendrían, saldría en tapa de las revistas del corazón. Los actores de tal drama hasta podrían vender la historia, grabar videos y editar libros. En el fondo, los griegos, consideraron que el dejar pasar el agravio, abriría las puertas para otros mayores. Así se razonaba antiguamente. Luego de diez años de arduas y sangrientas luchas Troya sucumbió. No pudiendo someterla por las armas, el astuto ODISEO (Ulises) puso en práctica la estratagema por todos conocida, constituyendo monumental caballo de madera, de cuyo interior salió como grupo comando, la fuerza que diezmó a la población que borracha, celebraba el supuesto triunfo manifestado por el simulado abandono de las tropas extranjeras del campo de batalla. Para esos pueblos, equivalía, valga el parangón, al ataque contra su forma de vida, reglas que sostenían su medioambiente. Las pasteras que se construyeron en el río Uruguay pueden ser ejemplo elocuente de los hechos que se historian. Hasta los asambleístas de Gualeguaychu han tomado la justicia por mano propia mas allá del orden legal constituido e instituido, el que paralela y paradojalmente, reclamó los mismos derechos ante Tribunales internacionales, que obviamente antes no existían. O sea, conviven el código de Hammurabi y la guerra de Troya en un solo puente. ¿En dónde encajamos nosotros? ¿Cómo reaccionar frente a un agravio a nuestra forma de vida, a nuestros recursos, tanto por propios como por extraños? ¿Resultarán las organizaciones no gubernamentales los caballos de Troya que se insinúen bajo falsas apariencias para vulnerar al enemigo desprevenido? Hoy ellas pueden y deben actuar a cara descubierta. Odisea debió recurrir a toda su imaginación para quebrar la solidísima defensa enemiga. Nosotros contamos con leyes ambientales, y las que reconocen, garantizan y protegen a los derechos de los hombres, que están a la vanguardia de todos los países de la región y de muchos de otros continentes. El hacerlas cumplir será la dura misión. Para ello, es preciso, que como al llamado de Agamenon, nuestra propia gente, se una en esta cruzada, que ya no y definitivamente será ojo por ojo. Si es que hubo y se reconoce el progreso civilizador, aferrémonos a el, como estandarte de nuestra propia libertad. Existe una tendencia a regresar a esa particular forma de hacer justicia por mano propia, tentación que brota de mentes que debiéramos considerar inteligentes. Se expresan así: si lo hace la autoridad porque no lo puedo hacer yo. A ellos invito a leer esta nota. El monopolio de la fuerza, inexistente en las épocas descriptas, lo tiene la autoridad estatal. Cualquier retroceso constituye barbarie, nos hace descender escalones en la escala zoológica. La fuerza no reconoce límites ni fronteras, las leyes si, los jueces también. La autorregulación de la fuerza es condición de libertad. La elección es o venderse como esclavo de la barbarie, o dar la dura lucha por continuar siendo libres. Yo elegí esta última opción. Prefiero pasar por cuantas penurias pueblen el camino. Dr. Mario Augusto Capparelli Cuando el rey persa ALMUN RAJ BHIN (para sus amigos íntimos Hammurabi) promulgó su famoso código,- allá por el año 3.500 a.c.- que incluía el archirepetido “ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie” sino que dispone de numerosas leyes ambientales referidas a la forestación, al ciudadano de los campos, al derecho de e quien lo trabaja, a los frutos de la tierra, entre otros temas, y que se tiene en su recuerdo como por una vuelta o regreso a la barbarie, se desconoce su profundo significado. Con respectos a épocas pasadas y en relación a la vida del derecho y a su actual comprensión, por primera vez en la historia se limitaba el ejercicio de la venganza, de la vindicta pública, la que no estaba en manos del Estado. Esa concepción es moderna, no la podemos comparar con las organizaciones antiguas, no digo primitivas. (el primitivismo, si usted se fija y en muchas ocasiones y formas, esta vivito y coleando como un barrilete a la vuelta de su esquina) hasta entonces, el vengador de una ofensa no concebía limite para encarrilar su ira. Todo era posible. Ese código comenzó a humanizar el derecho, a reglamentar el límite de la justicia por propia mano. Casi dos mil años después, la guerra de Troya puso en juego estas necesidades y estas lagunas legislativas. Los avances civilizadores, si se prefiere, no corren parejos en todos los tiempos para todos los pueblos. Aún hoy en numerosos sitios de Sudamérica, en África y en Oceanía, existen tribus, sociedades que ignoran por ejemplo que el mundo aculturado reconoce la escritura, la historia, la regla moral universal, el maquinismo y los viajes espaciales, las vacunas y los semáforos. En la Iliada se describe magistralmente lo ocurrido a raíz del rapto de una mujer, Helena, mujer de Menéalo, varón griego, hijo de Agamenon, habitante de la Helade, por Paris, un desagradecido huésped su Palacio, infringiendo dos leyes, la primera la de la hospitalidad y el asilo, que se brindaba hasta al enemigo, la segunda, desear y arrebatar la mujer del prójimo. Huyeron al Asia Menor, la actual Turquía, y a Troya ciudad gobernada por el valeroso Héctor Príamo. La reacción fue brutal, se convirtió en un problema, hoy diríamos, nacional. Al llamado Agamenon toda tribu y todo pueblo de Grecia y Magna Grecia acudieron en su ayuda para vengar tamaña afrenta. Se alistaron numerosos ejércitos, cuya descripción por Homero, en las playas vecinas a las murallas de la sitiada TROYA es emocionante. Si hubiera estado vigente el código de Hammurabi, Menéalo hubiese tenido derecho a raptar a una mujer de la familia de Héctor Príamo. Pero la venganza no reconoció límites. Por otra parte todo cuanto llegara a Persia no era visto con amigables ojos por parte de los dorios, jonio y demás vecinos. Hoy en día, ese matrimonio y hasta el hijo que seguramente tendrían, saldría en tapa de las revistas del corazón. Los actores de tal drama hasta podrían vender la historia, grabar videos y editar libros. En el fondo, los griegos, consideraron que el dejar pasar el agravio, abriría las puertas para otros mayores. Así se razonaba antiguamente. Luego de diez años de arduas y sangrientas luchas Troya sucumbió. No pudiendo someterla por las armas, el astuto ODISEO (Ulises) puso en práctica la estratagema por todos conocida, constituyendo monumental caballo de madera, de cuyo interior salió como grupo comando, la fuerza que diezmó a la población que borracha, celebraba el supuesto triunfo manifestado por el simulado abandono de las tropas extranjeras del campo de batalla. Para esos pueblos, equivalía, valga el parangón, al ataque contra su forma de vida, reglas que sostenían su medioambiente. Las pasteras que se construyeron en el río Uruguay pueden ser ejemplo elocuente de los hechos que se historian. Hasta los asambleístas de Gualeguaychu han tomado la justicia por mano propia mas allá del orden legal constituido e instituido, el que paralela y paradojalmente, reclamó los mismos derechos ante Tribunales internacionales, que obviamente antes no existían. O sea, conviven el código de Hammurabi y la guerra de Troya en un solo puente. ¿En dónde encajamos nosotros? ¿Cómo reaccionar frente a un agravio a nuestra forma de vida, a nuestros recursos, tanto por propios como por extraños? ¿Resultarán las organizaciones no gubernamentales los caballos de Troya que se insinúen bajo falsas apariencias para vulnerar al enemigo desprevenido? Hoy ellas pueden y deben actuar a cara descubierta. Odisea debió recurrir a toda su imaginación para quebrar la solidísima defensa enemiga. Nosotros contamos con leyes ambientales, y las que reconocen, garantizan y protegen a los derechos de los hombres, que están a la vanguardia de todos los países de la región y de muchos de otros continentes. El hacerlas cumplir será la dura misión. Para ello, es preciso, que como al llamado de Agamenon, nuestra propia gente, se una en esta cruzada, que ya no y definitivamente será ojo por ojo. Si es que hubo y se reconoce el progreso civilizador, aferrémonos a el, como estandarte de nuestra propia libertad. Existe una tendencia a regresar a esa particular forma de hacer justicia por mano propia, tentación que brota de mentes que debiéramos considerar inteligentes. Se expresan así: si lo hace la autoridad porque no lo puedo hacer yo. A ellos invito a leer esta nota. El monopolio de la fuerza, inexistente en las épocas descriptas, lo tiene la autoridad estatal. Cualquier retroceso constituye barbarie, nos hace descender escalones en la escala zoológica. La fuerza no reconoce límites ni fronteras, las leyes si, los jueces también. La autorregulación de la fuerza es condición de libertad. La elección es o venderse como esclavo de la barbarie, o dar la dura lucha por continuar siendo libres. Yo elegí esta última opción. Prefiero pasar por cuantas penurias pueblen el camino. Dr. Mario Augusto Capparelli capparelli.mario@gmail.com
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